Desde los albores de nuestra existencia, los seres humanos hemos encontrado en las palabras el medio más poderoso para preservar nuestra historia, nuestras emociones y nuestras vivencias personales.
Los relatos familiares han sido el vehículo esencial para transmitir ese legado, cruzando generaciones y tejiendo un puente invisible entre el pasado y el presente en un acto sencillo, incluso cotidiano, pero profundamente significativo: sentarse a escuchar a los mayores. Mi abuela me relataba sus memorias, y también las de vecinos o familiares. A algunos de ellos ni siquiera los había conocido, pero sí era conocedora de sus historias.
Esos relatos parecen detenerse en el tiempo cuando son contados, cuando te sientas al lado de un abuelo y dejas que te cuente su historia. Son el alma de nuestro linaje, pilares invisibles que sostienen nuestra identidad y en los que se guarda todo lo que somos, lo que fuimos y lo que soñamos ser algún día. Son fragmentos de vida que nos conectan con quienes nos precedieron; palabras en las que se encuentran las más alucinantes experiencias, las lecciones aprendidas a golpes, los triunfos y las derrotas más nefastas, los amores y los desengaños que emocionaron a nuestros ancestros. Sin lugar a dudas, cada persona tiene algo que contar, porque cada vida es única y está cargada de historias. Vidas, con sus luces y sombras, con sus certezas y misterios, pero todas dignas de ser recordadas. Cada relato es una chispa que enciende nuestra imaginación y nos hace pertenecer al clan.
Nuestros abuelos, con la voz templada por los años, desentierran recuerdos como si fueran tesoros olvidados. Hablan de un tiempo que no vivimos, de rostros que jamás conocimos, pero que, al escucharlos, sentimos que forman parte de nosotros desde siempre.
En este mundo actual que avanza a pasos agigantados y donde los recuerdos tienden a perderse en el bullicio del presente, detenerse a escuchar, contar y guardar estas memorias es un acto de amor y generosidad.
Guardarlas, compartirlas y transmitirlas es construir un legado eterno, un testimonio de lo vivido, para que las próximas generaciones puedan entender, aprender y, tal vez, soñar con ellas.
Que nunca se pierdan las historias de nuestros abuelos, porque, al final, el mayor legado que podemos dejar no está tanto en grandes monumentos, ni en bellos objetos, sino en las palabras que dibujan nuestra esencia como seres humanos a través de los tiempos.
Somos las historias que escuchamos, las que vivimos y las que dejamos en forma de libros para que otros sigan contándolas, avivando así el fuego que nos hace más humanos. Deja que tus abuelos te cuenten lo que fue su vida.
Y, ¿por qué no? Lee las historias que los escritores y las escritoras del barrio lanzamos, para que las nuestras también sean compartidas y lleguen a todos los lugares donde quieran ser escuchadas y leídas, porque lo que somos como individuos y como sociedad no es más que la suma de todas nuestras vivencias.
Regala libros esta Navidad, con ello ayudas a escritores como nosotros, que ofrecemos preciosas historias dentro de nuestras páginas, en las que también estamos dejando nuestro legado.
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