La excelencia, esa palabra que irrita a quienes prefieren el mundo plano del pluralismo relativista. ¿Es tan peligroso buscar la excelencia? No se trata de ser el mejor para mirar a los demás desde ficticia altura, sino de alcanzar un grado de perfección en la belleza, en la sabiduría o en cualquier campo de la creatividad. ¿Y qué sucede cuando esa excelencia me lleva a unificarme con los demás, a ser más empático y colaborativo además de integrar armoniosamente aquellas partes de mí que voy dejando atrás en mi camino evolutivo? ¿Qué ocurre cuando la excelencia me permite ponerme en el lugar de más personas con sus diferencias? ¿Debo entonces renunciar a la excelencia?
Fotografías de Chema Madoz
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