Algunos filósofos han decretado el final de la historia puesto que, según ellos, no existen ni podrán existir nuevas ilusiones por las cuales se pueda guiar la humanidad hacia un futuro idealizado. Sin embargo, estos filósofos no han reparado en que aún queda por hacer la revolución interior. Para estos, como para nuestra época postmoderna, no existe una meta superior que impulse nuestra vida hacia ella, por lo que solo necesitamos ocuparnos de crear y realizar proyectos que enriquezcan nuestro mundo (sin que ninguna meta sea superior a otra ni más noble). Pero esta opción nos relega a un universo plano donde incluso la misma revolución interior puede quedar reducida a una pieza más en la gran panoplia de los productos imaginativos humanos. Sin embargo hay algo que hace a esta revolución algo especial, y es el hecho de que sea el único proyecto, idea o ilusión, que trate de unir a toda la humanidad en un solo corazón y en un solo pulso sin ser condicionado por la cultura o el pensamiento de cada uno de nosotros.
Si esta revolución consigue materializarse y logra reunirnos a todos con nuestra diversidad en una comunión pacífica y gozosa, será la nueva autoridad. Esta es la única alternativa para la humanidad en este momento y en este mundo. Y toda práctica, moral, filosofía y política que nos lleve a esa unión total debe ser considerada como de mayor rango, generando una autoridad no mítica, ni agresiva al modo de las revoluciones conocidas, sino flexible y abierta; aunque fiel a los principios éticos universales y eternos.
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