Me llaman «anciana» porque nací en los 60 y hace años que peino canas.
Me convertí en una adolescente en los 70, caminando hacia mi juventud en
los 80 escuchando música de Mecano, Michael Jackson o Rick Astley —al
que adoraba— y donde descubrí el mundo como persona y me aventuré a
ser y expresar a la mujer que llevaba dentro de mí.
A mediados de los 90 comencé a crecer y a viajar por el mundo, a arriesgar
la piel y el dinero en empresas en las que creí profundamente, y me labré
unos años de dedicación exclusiva a las Bellas Artes que culminó en una
exposición en Nueva York en 2014.
Algunas de mis amigas fueron más allá y se casaron, tuvieron hijos y así
nos fuimos estabilizando y «divorciando» en la década de los 2000.
Sí, cada década parecía y fue diferente, hasta tal punto que vivimos en dos
siglos diferentes —incluso en milenios que parecían eternamente
separados.
He pasado de un operador fijo, con llamadas al otro lado del mundo por
operadora, a uno móvil con videollamadas a cualquier lugar del mundo en
segundos.
He pasado de una máquina de diapositivas —preciosas, por cierto— que
trajo mi padre de América en los años 60 a vídeos de todo tipo en YouTube.
No he vuelto a escribir cartas a mano —aunque sigo escribiendo en
cuadernos y con bolígrafo.
He pasado a enviar cientos de correos electrónicos de una sola vez y saber
cómo está una amiga con un sencillo mensaje de wasap. He pasado de los dos canales de televisión en blanco y negro en los 70 a las decenas de ellos en plataformas que hoy ofrecen todo tipo de contenido.
Tomé mi primer ratón de ordenador en el año 2001 y no sabía por dónde
cogerlo hasta que mi sobrina de tres años me enseñó a utilizarlo. En 2003 estaba trabajando para una compañía aérea manejando el complejo
sistema Amadeus. Tuve mi primer ordenador personal en 2006 y los primeros seis meses «compartía» el wifi de mi vecino, que vivía debajo.
Llevé falda casi toda mi vida porque no podía ponerme pantalones y menos
unos vaqueros hasta que decidí que ¡ya está bien!
Esquivé enfermedades como la polio o la meningitis —quizá por eso
también pude esquivar el COVID 19.
Jamás pude montarme en una bici porque no tuve tiempo de aprender, pero
pude comprarme un coche de gasolina de segunda mano recién cumplidos
los 20.
Pues sí, es seguro que hemos pasado por mucho; pero, a mi modo de ver,
hemos vivido la vida mirando al cielo y no a un celular sin despegar los
ojos de él. Parece que lo hemos visto todo, ¡eh!
He pasado de una infancia analógica a una vida adulta digital. No, no he
perdido ese tren, como creen algunos.
Sé manejarme en cualquier red social, tengo un canal de YouTube con
171.000 seguidores y ahora mi trabajo es todo online.
Ni yo misma podía creer que esto podría pasarme hace tan solo 24 años.
Mi generación ha sido testigo de la realidad de las dimensiones de la vida.
Nos hemos adaptado al cambio como nadie lo hizo antes.
Es seguro que podríamos estar en algún museo con un letrero que ponga
«EJEMPLARES ÚNICOS»
Y, ¿sabes? Estamos envejeciendo muy, muy bien a pesar de todo.
@claudiagomez_autora
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