Pareciera como que el ejercicio de la política no fuera posible sin la existencia de un enemigo.
Por fuerza ha de haber algo o alguien contra quién luchar o hacia lo que oponerse, y este algo o alguien ha de ser amenazante y, a su vez, amenazado. Pero como decía Bertol Brech: "aquel que habla del enemigo también es enemigo." Porque es bien cierto que existe un enemigo real, como el virus que nos amenaza con segar nuestra vida, o el león que pretende devorarme si paseo por la sabana. Pero más allá de estas amenazas reales hay un enemigo gestado en nuestra mente la cual, en sí misma, es bastante psicótica y neurótica. La necesidad de controlarlo todo (psicosis) y el rechazo de aquellos o aquello que no nos gusta (neurosis) crea el óptimo medio de cultivo para la creación del enemigo. Esto es algo cotidiano y no exclusivamente de la política, pues esta no es más que la expresión conspicua de nuestra mente ordinaria. Líderes psicóticos ha habido y sigue habiendo, véase actualmente a Putin, quien cree que la OTAN es una amenaza real, y a la propia OTAN, que nació para protegerse de la amenaza soviética y que debería haberse extinguido nada más llegar la perestroika. Ambos lados sienten la presencia de un enemigo que alimentan en su propia mente y que además se refuerza con la misma existencia del otro. ¿Qué sería de la política sin otro al que oponerse? ¿Cómo se hablaría y en qué tono en un parlamento en el cual la actitud no fuese de rechazo hacia la existencia de quienes difieren de nuestra forma de ser y cuya actitud fuera la de entenderse y armonizarse ? Pero esto exige un proceso de revisión no ya de nuestras ideas y pensamientos, sino del análisis y sanación de nuestra mente enferma.
Del libro La metamorfosis de la política.
Orlando Rodrigo Álvarez
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